escenas pintorescas
(Picturesque scenes)
Symphony Orchestra
3.2.3.2 – 4.3.3.1 – Timp. + perc (4) - harp- – strings (25 min.)
Premiered June 4th, 2021
Orquesta de RTVE & Sergio Alapont, conductor.
Teatro Monumental (Madrid)
Score and parts available for rent, please contact us.
Notes by the composer:
This piece is a selection of moments from the opera “El Pintor.” It contains many of the instrumental parts throughout the opera, in short succession, including:
1. El Pintor (The Painter)
2. Llegada a París (Arrival to Paris)
3. La belle epoque
4. Hambre y miseria; y Fernande (Hunger & misery; & Fernande)
5. Sus mujeres (His women)
6. Olga
7. Gertrude Stein
8. Marie-Thérèse
9. Dora
10. Françoise
11. Jacqueline
12. Factoría de cuadros (The factory of paintings)
13. Añoranzas de Málaga (Longings of Málaga)
14. Interludio post-mortem (Post-morterm interlude)
15. Justificándose ante Velázquez (Justifying himself to Velázquez)
16. Comparando Meninas (Comparing Meninas)
17. Inspiración africana (African inspiration)
18. Suicidios (Suicides)
19. Juicio final (Final judgement)
20. Epitafio (Epitaph)
This piece is part of the CD “Symphonic genesis”
Program notes from the booklet by Carmen Noheda (in Spanish):
Asistimos, tal vez, a una rememoración de imágenes irrecuperables. A la luz de Picasso, Juan J. Colomer adapta su ópera El pintor (2018) en las Danzas sinfónicas – Poema orquestal Escenas pintorescas (2023). Trece cuadros transitan la sucesión de escenas que ideó y dirigió Albert Boadella en la Sala Roja de los Teatro del Canal, en coproducción con el Teatro Real. Colomer preserva los “momentos cruciales” de la vida de Picasso, los mismos con los que Boadella trazó el arco argumental de la ópera: “Allí donde un artista decide entre la entereza o la declinación hacia el oro y la fama”. Un pintor invisibilizado en el bullicioso París de la belle époque, donde se venera a Monet y a Renoir, vende sus obras a un precio mísero. Juan J. Colomer regresa al color, a la primera palabra que emitía el canto -azul- para erigir un templo moral expiatorio.
En este juicio masivo a Picasso, al hombre y al creador, Colomer reformula una música liberada del libreto, de la simultaneidad escénica que obligaba a un carácter mimográfico, a concretar todo un vocabulario de asociaciones en la orquestación como metáfora in praesentia. Escenas pintorescas se emancipa de la dimensión visual de la ópera para promover el caos artístico al compás de un delirio de grandeza, desdibujando el espesor del yo picassiano.
Cada cuadro inserta a los personajes en las lógicas de la velocidad del mercado, del hambre, del frío y el opio. Son los ritmos de la acción los del negocio urgente, de la nostalgia en las “Añoranzas de Málaga”, los ritmos que tematizan, con sus propias transformaciones, la conversión dramática de Picasso en pintor, en El pintor de la modernidad. Será también la inquietante voracidad estilística de su pincel la que trastoque el tema central de apertura en el violonchelo, que Colomer alterará de cuadro en cuadro. Igual que varía la gama cromática del periodo azul y rosa, secunda una deconstrucción tonal equivalente a hacer pedazos la inviolabilidad de la superficie pictórica.
Al retrato del hombre guiado por un incontrolable impulso destructor, Colomer conecta aquellos estilos musicales que convivieron con las disímiles etapas creativas de Picasso, sin alcanzar la atonalidad asociada a la abstracción. Así, la disociación rítmica será sinónimo de la ruptura del cubismo con la perspectiva, el dominio de la percusión ensalzará el nacionalismo o la exaltación de la masculinidad, el pasodoble emulará la afición taurina y el empleo recurrente de la politonalidad y la cita simulará la técnica de la que fuera pionero, el collage.
Colomer se adentra en la disección de un Picasso desde afuera que carga con la posibilidad de que el arte hubiera sido otro. Asoman aquí las miserias de quienes le rodearon, la epifánica visión amorosa de Fernande Olivier, el posterior desfile regenerador de amantes, los suicidios colaterales. Picasso será testigo de su propio “Interludio post-mortem” al entreabrir un tiempo indeciso, a la vez inmediato e intemporal. Colomer refuerza estas multiplicidades con un tema coral capaz de soportar el motivo de la inmortalidad pictórica, al que reviste de profecía, de voz de ultratumba. Su repetición, su sentido cíclico da la mano a la obsesión, a la ensoñación o la pesadilla interminable con la que Picasso asesta el golpe letal a la pintura, mientras se justifica ante Velázquez. “Atila de las artes”, la fuerza creativa arrasadora de Picasso nos da la medida de cómo Juan J. Colomer reúne y desgarra lo meramente estético a los instintos de un vivir bastante despierto.